La senda del segador
Un paseo lleno de atractivos por los caminos y veredas de la localidad
vallisoletana de Montemayor de Pililla
JAVIER PRIETO/VALLADOLID
Por suerte, cada vez son más las facilidades que los amantes
de pisar caminos tienen para perderse por esos montes de dios…
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A la fiebre de los alojamientos rurales ha sucedido el
frenesí caminero hasta tal punto que las piedras de las
cunetas ya nacen con una raya pintada, para que nadie escriba luego a
los periódicos diciendo que se ha perdido.
Una de estas nuevas sendas, si bien señalizada ya hace
más de un año, es la que lleva por
título ‘La ruta del segador’, en el entorno montuno de la
localidad vallisoletana de Montemayor de Pililla.
El paseo, atractivo y lleno de alicientes, desenreda con amenidad el
lío de caminos y veredas que son consustanciales al
aprovechamiento de los pinares. Nada hay más
fácil que perderse en un pinar vallisoletano enredado en la
maraña de caminos arenosos que van y vienen hacia todas
partes para llevar a ningún lugar.
Por suerte -y tocamos madera para que el descerebrado de turno tarde en
pasar por aquí- esta ruta conserva toda su
señalización, mérito al mismo tiempo
de quien plantó a conciencia los postes
señalizadores, imprescindibles para acertar con el camino
correcto en cada uno de los mil cruces que va desgranando el paseo.
Paradojas de la vida -y error fácil de subsanar-, lo
más difícil es encontrar, en las afueras de
Montemayor, el inicio de la ruta y el primero los postes. Ni el panel
semi-informativo plantado ante el Ayuntamiento -en el que sí
está apuntado la interesante información de
quién era el alcalde cuando se inauguró la ruta-,
ni el folleto que facilita el Ayuntamiento dicen que el caminante
interesado en echarse a este monte de Montemayor debe localizar el
final de la calle Prado Henar hasta encontrar, en el punto donde la
calle se transforma en el camino del mismo nombre, el primero de los
postes señalizados con franjas amarillas y blancas. A partir
de aquí todo es mucho más fácil.
No tarda así en encontrarse, unos metros más
adelante, el poste ubicado junto a un lapiaz, curiosa
formación rocosa en la que la erosión que
ocasiona el agua sobre la roca caliza, disolviéndola de
manera irregular con microcanales, agujeros y recovecos cuyos bordes
asoman del suelo como si fueran cuchillas, dibuja un raro suelo con
aspecto de queso gruyere petrificado.
Entre bardas de piedra baja después hacia el pago de Prado
Henar, zona de viejas viñas en una de cuyas lindes se ven
las ruinas de un antiguo colmenar ya sucumbido. Uno entero puede verse
algo más adelante, del otro lado de la carretera que va a
Santibáñez, enfrente de dos pozos de agua
cubiertos, junto a los que pasa el camino arenoso que por esta zona
atraviesa auténticas dunas.
Por la linde de los pinares y en paralelo a la carretera la caminata
lleva hasta las laderas que descienden del pago de Ronda. Un revoltijo
de antiguos aterrazamientos, piedras descolocadas por el olvido y la
erosión, denotan la existencia de vida aquí en el
Paleolítico. De hecho, todo el entorno de la localidad es
rico en yacimientos arqueológicos de gran interés.
Evocación neolítica
Mucho interés tiene también el siguiente alto
señalizado del camino, junto a una cabaña
guardaviñas, cuya forma cónica y su factura en
piedra despierta enseguida una clara evocación
neolítica. Es una de las muestras de arquitectura
tradicional rural, todas en desuso ya, que permite contemplar este
ameno y largo paseo.
Tras recorrer las laderas umbrosas del Barco de Ronda, y pasar junto a
otro abandonado colmenar, el camino desemboca en el vallejo trazado por
el arroyo Valcorba.
Detenida parada merecen las ruinas del molino Los Álamos,
construido en 1888, con un viejo coso aledaño en donde
incluso se corrieron toros, unos pocos metros antes de emprender la
subida al páramo y cerrar un paseo para el que
habrá que disponer, al menos, de unas cuatro horas.